Me angustia este silencio que
acompaña mis pasos,
el ruido de la ciudad y sus
frases sin sentido,
el sol sin compartir y los trenes
con retraso.
La rapidez del termómetro para
subir en el verano.
Me quema la piel no verme en su
sonrisa
y el dolor que provoca enfrentarse
a una hoja en blanco,
la tinta que habla de lo que a
nadie hace falta,
las patadas de un niño a una lata
vacía.
Me desespera la falta de
preguntas por la escasez de respuestas,
las líneas rectas y el misterio
de algunos desayunos
los sueños que se pierden en las
almohadas,
las miradas en la espalda y la última
palabra.
Me duele acariciar hasta sangrar el
recuerdo de tu mirada,
encontrar en las aceras rastros de tu nombre,
arrancar las uñas a las noches
que llegan sin mañana,
que me robaran una brisa de aire
fresco aquella tarde de diciembre.
Le tengo miedo a algunas frases y
las noticias por la mañana,
al espacio que dejaste a mi
izquierda y la luz directa,
a que nadie escuche o malentienda
estas palabras
y haber causado una herida
buscando que te quedaras.
Me entristecen los domingos que
se quemaron y despertar en las madrugadas,
la distancia y que no haya dudas después
de clase,
que el dinero sea necesario para
comprar amor al alba,
que este amor asustado y
desgastado no te alcance.
Me da vértigo algún cruce de
miradas, cerrar los ojos contigo dentro,
el ruido del algodón al separarse
y que no vuelvas esta tarde,
desangrarme por lagrimas que
provoca el viento
y estas palabras que no quieren
suicidarse.